Memorias selectivas.

"Breves apuntes sobre la gino-indulgencia histórica"

Un nuevo 8 de marzo pasa sin pena ni gloria ahogando el cacareo indescifrable en que sea ha convertido el reclamo de las mujeres que exigen igualdad. Otro jueves ordinario, ligeramente más propicio para reseñar en prensa el problema del sexismo, denunciar las injusticias de un mundo andro-céntrico y achacar las responsabilidades del deterioro político, social y espiritual del planeta a la gerencia que sobre los pueblos infestados de machismo han ejercido los grandes héroes, patriarcas y monstruos masculinos. Otro jueves más en donde la mujer malgasta su tiempo definiéndose sólo a partir de la relación con los hombres y el mundo que éstos han creado. Otro jueves con ceremonia ritual en la que las mujeres se autoproclaman las más dolorosas víctimas de todo cuanto mal ha inventado el hombre y en dónde se airean rabiosas las estadísticas que lo comprueban.

Y sin embargo yo pensaría que no haría falta tanto estudio y hacer tanta cuenta para demostrarlo. Tan sólo con abrir un libro de historia universal, alguna enciclopedia o el periódico de su preferencia por la página que mejor le parezca le bastará. De inmediato saltarán a la vista, Nerón, Julio Cesar, Hitler, Bin Laden, Stalin, Mussolini, Bonaparte, Pinochet, Bush, Chavez, Ivan el Terrible, Escobar, Al Capone, Aznar, Chirac, Castro, Gates, Blair, Hussein, Tse Tung. Noriega, Qadaffi, Rasputin, Lenin, Reagan o Kim Il Sung, por nombrar sólo algunos de los que me vienen en el lapso de un minuto a la cabeza. La cronología mundial está plagada de monstruos masculinos a los que a falta de condena penal la historia y la prensa se han encargado de enjuiciar. Sus culpas son todas, y las pruebas feacientes de sus crímenes más sonados son el sórdido caos de injusticia social, el desequilibrio ambiental y el auge bélico en el que nos encontramos inmersos. En la narración del mundo los protagonistas son hombres, y son más los villanos que los héroes. Las doncellas, las esclavas, las reinas y las amantes son siempre mujeres. Son mujeres sobre todo las víctimas. Se dice que la historia la han escrito los hombres y sin embargo lo que nos canta es un listado interminable de culpables de un solo sexo. Yo pienso que el listado es un poquito más largo y también, más diverso.

Y es que esa misma historia, esa misma prensa, y esa misma cultura popular, nos han venido contando también, a diario y durante siglos, biografías (muchas en curso) de mujeres que lejos de ser meros objetos de la represión patriarcal han tenido la oportunidad de decidir por si mismas. No meras doncellas inocentes, reinas benévolas y enamoradas perdidas. Ni siquiera simples hembras dueñas de sus destinos. También nos han hablado de mujeres que por momentos han sido las acreedoras del destino del mundo o de gran parte del que conocían. Mujeres que a fuerza de sexto sentido se han visto en la posición de liderar procesos complejos y de cambiar la historia. Mujeres, que fueron hijas, madres, esposas y amantes pero que lejos de ser dominadas, maltratadas y reprimidas han sido sobre todo amadas y en muchos casos temidas. Mujeres poderosísimas, que pudieron cambiarlo todo y sin embargo no quisieron. O bien mujeres que quisieron lo que hoy tenemos. Mujeres al fin y al cabo, tan responsables como los hombres del disparate que hoy vivimos. Mujeres que podrían avergonzar al género entero y que mucha feminista a ultranza desearía hubiesen sido hombres. Mujeres que sin embargo, han escapado a la severidad del juicio histórico por condescendencia de los historiadores, por complicidad entre las historiadoras, o por la simple impopularidad que conlleva el hablar mal de las mujeres.

Isabel La Católica, Condoleezza Rice, Evita Perón, La Malinche, Angela Merkel, La Reina Victoria, Juana de Arco, Matta Hari, o Margaret Tatcher. Durante años se nos han cantado sus proezas en medio de una grandilocuencia feminista, y en cambio nunca se alude a la feminidad de estas figuras cuando se reseñan sus vilezas. Como no soy periodista, ni escritor, ni historiógrafo puedo darme el lujo de dedicar las próximas líneas a la impopular tarea de hablar mal de estas mujeres, vinculando la sed de poder, el despotismo, la corrupción, el terrorismo, la beligerancia, la extorsión, el ventajismo, la prepotencia, y la monstruosidad megalómana al género femenino por esta vez, con la esperanza de que los sexos quedemos igualados por lo menos en las vergüenzas que hemos de soportar y de repartir el peso de las culpas tan igualitariamente como habrían de repartirse las labores domésticas, los altos cargos y los salarios gordos entre hombres y mujeres.

Comentarios