Solo Dios puede salvarla

Si el mundo es como és por culpa de los hombres, entonces Inglaterra no es mundo, ni potencia, ni imperio, pues pocos paises deben tanto a las mujeres como el Reino Unido. No lo digo tanto por Thatcher como por La Reina Victoria, a quien a pesar de su ambición y dureza, jamás se ha osado tachar de inmoral. Los historiadores condescendientes con el género “débil” cojuntamente con las historiadoras encubridoras, han preferido vendernos una versión de reina más vinculada a la defensa del recato, la moralidad y el puritanismo obsesivos, dejándo de lado los aportes más significativos que Victoria hiciese al imperio británico y al mundo allá por el siglo XIX.

En guerra durante todos y cada uno de sus años de reinado (más de 70), la reina que más reinó, fué por tanto la que más luchó, la que más invadió, la que más expandió el imperio, y la que en su nombre más cobró. Fue la reina que más mató y que más robó sin recato ni moralidad algunos. Victoria victoria cantó al aplastar la primera guerra de independencia India con una cruenta ofensiva militar que terminó con la anexión del subcontinente a la corona británica. El hasta entonces reino pasaba a ser imperio, y la nombraba a ella su emperatriz. Era el tiempo de un nuevo imperialismo que Victoria ayudó a cuajar y a la sombra del cual las potencias europeas, E.E.U.U. y Japón se repartieron lo que quedaba por repartirse de Africa y Asía meridional. Victoria quien quería asegurarse una buena tajada en la repartición, no tuvo reparos morales ni escatimó en terror o represión. Supo hacer diplomacia con artillería pesada y defendió los valores religiosos y económicos de la corona con el mismo doble estandar moral con que se permitió repudiar el adulterio, casarse con su criado, reprobar la exhibición de las extremidades en público (o incluso decir la palabra “pierna”) y tener una vasta colección de desnudos masculinos de la que disfrutaba en compañía de su marido, todo al mismo tiempo y sin el más mínimo rubor.

En la bitácora de la gestión de Victoria se hace una muy breve alusión a su lucha contra los rusos en la guerra de Crimea, en donde defendiera la religión católica irónicamente de la mano del imperio Otomano musulmán; a su ofensiva contra los colonos Holandeses en Sudáfrica para garantizar que los nuevos inverisonistas británicos pudiesen beneficiarse igualitariamente del oro recientemente encontrado en las tierras de Transvaal; a la invasión de Egipto para garantizar control británico sobre el estratégico canal de Suez; a su participación clandestina en el golpe de estado frustrado contra Napoleón III; o a su negativa rotunda y sistemática ante las exigencias autonomícas que desde entonces Irlanda comenzaba a formular. La mujer era, nunca mejor dicho, una de armas tomar. Pero en su curriculum estas guerras son sólo anécdotas que sucedieron en su tiempo, casi casualidades cronológicas, siempre responsabilidad de los primeros ministros hombres (que en muchos casos ella misma designaba) quienes son los verdaderos y únicos cupables de las atrocidades en primera mano. Ella, por el hecho de ser mujer, fue immortalizada mñas bién como la reina de la revolución industrial, la que conectó a inglaterra con ferrocarriles, la que impuso el decoro y los buenos modales, la que vivió un matrimonio perfecto, y la que envejeció con diginidad. Lo demás son meras coincidencias, o si se me apura mucho, cosas de su tiempo.

Y es que es cierto, la guerra, la colonización, y la expansión del imperio, eran la norma en aquellas épocas, y por tanto su autoría no puede ser achacada exclusivamente a La Reina Victoria. Ella no creó estos conceptos ni esta manera de gobernar y es incluso posible que su imperio hubiese sucumbido ante las presiones de los otros emperadores (hombres) si ella no hubiese copiado, y en muchos casos superado con creces, el modelo de gobierno que éstos venían dibujando. No obstante, Victoria no se limitó a copiar, ni a ser una monarca “de su tiempo”. Muy por el contrario, se opuso activamente a nociones muy aceptadas en su época como la esclavitud. No se conformó con abolirla en su reino sino que la persiguió fuera de sus fronteras, poniendo en marcha una patrulla atlántica anti-esclavitud para liberar a los negros que en embarcaciones españolas y portuguesas eran transportados a las respectivas colonias en las Américas. El que seguidamente se les trasladace en cambio a la colonia britanica de Sierra Leona, es a la luz de la historia, un detalle sin importancia, y el que la ciudad que recibiera a los negritos "libres para morirse hambre" fuese llamada “Freetown” es un hecho que solo comporta sarcasmo y cinismo, pues relevancia historica no parece tener. El relato se edita y la narración de este capítulo de la vida de la mujer se acaba con la buena y femenina intención de liberar a los esclavos. El resto, de nuevo, son infortunios imprevisibles y achacables a un sin fin de perversiones heredadas del orden mundial creado por hombres que detestan a las mujeres.

Hasta aquí, las omisiones que la historia ha perpetrado para redimir a Victoria son, según la perspectiva, omitibles y admiten redención. No así la más grande y descarada de todas ellas: aquella omisión monumental que impide reconocer en la reina al primer gran narcotraficante mundial, la cabeza coronada del cartel del opio que llevó a la ruina, enfermedad y extinción del imperio chino y que condujo a la sangrienta guerra del mismo nombre. La guerra del opio fue la cordial y perfumada respuesta de la Reina Victoria a la carta en la que Lin Hse Tsu pidiese el cese del tráfico de droga dentro de su terriorio. Puede que hayamos olvidado a la dinastía Qing, a Lin Hse Tsu o a los millones de chinos que murieron en combate contra la corona o contra la adicción, pero las consecuencias finales de dicha guerra, que acabaría ganando el imperio británico (aliado con Francia, y E.E.U.U), son cronológicamente demasiado contemporáneas para ser indultadas o pasadas por alto: Hong Kong sólo retornó a manos chinas hace 8 años, y fue tan solo la punta del iceberg. Los tratados desiguales que el gobierno chino se vio obligado a firmar tras la derrota, son el modelo a partir del cual las grandes potencias pretenden imponer condiciones de comercio exterior favorables en un sólo sentido desde entonces y hasta la actualidad. Aunque La Reina, Capone y Escobar traficaran con sustancias tóxicas, adictivas y socialmente destructivas por igual, los dos varones del trio son crápulas detestables a los que hubo que matar. La señora, en cambio, es sólo una mujer formidable, correcta e intachable de la que el mundo disfrutó hasta que a la muy reina le dio la real gana de morirse de vieja.

God save The Queen!

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