Ob-timismo

Los noticieros y periódicos del 4 de noviembre de 2008 proclamaban en un mismo titular a un ganador y a un enfermo. Obama había vencido y en ese mismo instante el mundo contraía la enfermedad del optimismo infundado. Por feliz, o por falaz, nadie quiso combatir su virulencia, y por tanto y desde entonces, la pandemia ha arropado al mundo sin matar a nadie ni admitir su cura.

Corre, sin embargo, por las venas (mediáticas) de este mundo un poderoso cóctel tóxico anti-esperanza hecho a base de malas noticias: clavadismo bursátil, maleficio climático, demolición del empleo, fanatismo resurrecto, diplomacia militar, terrorismo metastático, bancarrota multinacional, nacionalismo rehabilitado y xenofobia re-lanzada. Un fluido escalofriante y sensacionalista que a pesar de su poder desmoralizante se ha probado inefectivo ante el virus inoculado por la vía del voto demócrata en la importante nación.

Cuando el peso de las esperanzas políticas, sociales, económicas y ambientales de los ciudadanos de las más diversas naciones del mundo parece haber emigrado de los hombros de sus respectivos, impopulares y desgastados mandatarios, para posarse todo sobre los hombros de un solo presidente, la mitificación se hace evidente, y la decepción cuestión de días.

Gracias a Dios, el mesianismo es una enfermedad exclusivamente tropical que sobrevive sólo al calor de la ignorancia, la pobreza y la desidia reinante en los mundos que siguen al primero, de lo contrario, juraría que nuestros hermanos educados, ricos y voluntariosos del primer mundo, sin saberlo, se han contagiado.

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