No me fio de los vestidos




“La detenida responde al nombre de Carmen, no recuerda su apellido...”

Si que lo recuerdo. Rodríguez... soy Carmen Rodríguez. Y cumplo cuarenta y tres pronto. Yo siempre cumplo. Salí a cumplir un deseo. Uno propio. Dar un paseo sin prisa ni rumbo. Ni rumba, ni rambla.

Por el bulevar la gente se apartaba para dejarme pasar y cuando pasé frente a la estatua viviente todos dejaron de mirarle. Miré a un hombre y sentí hambre de pronto, que no es súbita apetencia sino más bién “ganas de ya” con “ansia de ahora” y no de “más tarde”. Pregunté la hora a quien dijo no saberla. La negrura del cielo sabía a media noche, pero las terrazas olían a hora de cenar. Entré a un bar por un bocadillo y me sacaron invitándome a volver “adecuadamente vestida”. Y yo que pensaba que estaba como para comerme toda.

Empezaba a llover pero mi ropa no se estaba mojando. Alguien me regaló un paraguas y me ofreció su teléfono para llamar. Pero no quise llamar a nadie ni llamar su atención. Acepté su regalo. Una pareja me pidió hacerles una foto y otro chico quiso hacerse una conmigo. Me dejó unas monedas pero hoy no llevo bolsillos. La bolsa y los zapatos de tacón los dejé en casa. Quería caminar cómoda y mucho. Caminé hasta una plaza y me estiré sobre un trozo hierba mojada. No recuerdo haber soñado, pero al abrir los ojos creí ver a un hombre que se masturbaba mientras su perro meaba el tronco de un árbol frondoso, ancho, tupido... Mi paraguas!... alguien lo había cogido!.

Cogí una calle menos transitada y vi a Ramón a través de un cristal. Iba en autobús y estaba leyendo. Yo no alcanzaba a ver el titulo de su libro. En el semáforo rojo, ninguno de los pasajeros notó mi presencia excepto él. Yo le saludé con todo exceptuando la mano. Es decir, con los ojos, con sonrojo en las mejillas, con el pecho, a viva voz. Pero él no me devolvió el saludo. Sólo me miró confundido hasta que el autobús arrancó otra vez.

De nuevo pensando en Ramón - pensé -. Pensando en Ramón recién envejecido. En cómo se vería ahora desnudo, en cómo me miraba de adolescente. Miré el dorso de mis manos vestidas en arrugas, me planche la piel del cuello, me tragué el nudo en la garganta y me desaté el cabello. Deshice la avenida y atravesé un atasco de patrullas y ambulancias causado por un accidente. Crucé en la esquina del hospital y entré por la puerta de urgencias.

Me pidieron la tarjeta sanitaria pero hoy no la llevo. Tampoco llevo la bancaria ni la de residencia. El residente no quiso atender a la inmigrante, a mí en cambio quiso recetarme remedios pero nada me dolía. Me preguntó si sabía a donde ir y respondí que si sabía. El supo que mentí. Me dio una bata de papel y papeles que que cumplimentar, pero yo no cumplimento, yo solo cumplo. Me dijeron que esperara pero yo no esperé ni espero nada. No tengo esperanza ni paciencia. No soy un paciente, soy una paseante.

Bajé al metro y me subí a un vagón que salía. Una mujer que se levantaba tapó los ojos a un niño acostado en su coche. Dos estaciones más adelante entraron uds. con sus uniformes y me trajeron hasta aquí.

“fue hallada sin ropa...”

Eso es cierto. Es lo único que han creído. La verdad pierde sentido si vas desnuda. Tan sólo se fían de los vestidos. Quieren saber quién me ha robado o qué substancias he ingerido. Pero no he tomado nada. Me apetece un bocadillo.

Felipe Araujo

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