“Out-dignado”

Si el hundimiento del Costa Concordia ha disparado las visitas a la isla de Giglio, y la crisis volcánico-sísmica de El hierro ha acabado favoreciendo su saldo turístico, no entiendo porque España entera no está, ahora mismo, abarrotada de turistas deseosos de presenciar un verdadero desastre – esta vez, económico y político – aconteciendo a diario, en cada esquina, en “hd” y tiempo real. Profecías horrísonas aparte, y dejando de lado la denostación del turismo de la miseria, lo que preferiría de tales eventos rescatar es como las catástrofes más inauditas, bien las convocadas por la negligencia e irresponsabilidad del hombre, o aquellas que por naturales resultan incontestables, pueden llegar a traducirse, inesperadamente, en el agente mismo del cambio, el resurgimiento, y la recuperación. Habiendo tanto observador suspicaz listo para reconocer en cada nueva noticia un nuevo símbolo de la debacle inminente a la que está abocado nuestro sistema; y estando plagados nuestros muros en las redes sociales por cientos de comentarios escritos por decenas de avezados “líderes de opinión" incansables en su tarea de quitarnos la venda de la ojos ante todo aquel que pretenda engañarnos al presagiar cualquier mejoría de la situación, me gustaría pensar que queda alguno, por ingenuo que fuese, que aún sin poder ya bautizarla de “brote verde”, llegue a ver, proclamar y difundir, con la misma virulencia, alguna buena noticia en algún ámbito distinto al deportivo. Denostamos la prensa y los medios, pero replicamos con mayor acritud su sensacionalismo y fatalidad. Con tal de no volver a incurrir en la credulidad mal correspondida, preferimos pasarnos al bando de los corresponsales de un escepticismo férreo e implacable que se doblega de inmediato sólo ante aquella fuente que presagia caída, colapso, muerte o final. Por no “tapar el sol con un dedo” nos hemos tendido en la arena, sin ropa, a medio día, durante tres años y sin protector solar. Previsiblemente, acabaremos muy quemados, claro está!, pero la culpa no solo la habrá tenido la crisis, innegable como el sol, sino también nuestro derrotista abandono ante su magnitud y nuestra desmoralizante manía de “reflejar” a cada instante y en todas partes la estridencia del incendio que no contribuimos a apagar. Políticos, banqueros, funcionarios, policías, curas, periodistas y empresarios. Pérfidos e incompetentes por igual y a horcajadas todos sobre los caballos del Apocalipsis, amenazan con acabar con todo menos con el auge de la queja: el deporte nacional. Y aunque deportistas de élite a España no le faltan, aún se lee a alguno, que renuente incluso al optimismo olímpico, celebra a sus medallistas diciendo “si no fuera por uds., vaya mier… de medallero hubiésemos tenido”. Y es que la modestia es buena, y bueno es reírse de las propias desgracias, pero cuando nos vanagloriamos de la vergüenza, y nos queremos reir a fuerza de la desdicha, mostrando la más absoluta incompetencia para reconocer el mérito y la calidad, lo que dan es ganas de llorar. Existe ahora incluso un nuevo “humor indignado”, que no es otra cosa que el viejo humor negro, amarillista, políticamente contextualizado: Un chiste cruel manido, en el que en el lugar del mudo, el cojo y el tuerto nos ponemos a nosotros mismos, a veces, por mero afán de protagonizar. Hay una nueva tendencia que encuentra “cool” la amargura, “guay” el cinismo e “in” la fatalidad. Una nueva moda que por tanto haya terriblemente vetusta la esperanza, caduco el optimismo, y absolutamente “demodé” la positividad. Me tienen frito y llámenme si quieren poco “guay”, pero soy de los segundos. Y aunque comparta con los acampados algunas de sus razones, me temo que por ingenuo estoy completamente “out”. Por todo ello, y con la dignidad con que se unge, hoy en día e inmediatamente, a todo aquel que se queja públicamente, me declaro entonces no ”in” sino por el contrario “out”: Un absoluto y recalcitrante “out-dignado”

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