Stick to the classics!




Tanto pintar, sufrir y luchar por los derechos de las mujeres, Frida, para tener que decirte, chica, que en según qué círculos, a estas alturas, ni quien haya oído hablar... Elsa, la de Frozen, en cambio, por docenas¡¡¡

-Stick to the classics¡, stick to the classics¡ -me escuché repitiendo mentalmente al salir de la guarde, después de haber tenido que explicar quién era la famosa pintora mexicana, al menos cuatro veces. Todo para que no se pensaran que Mica iba de niña loca, andrajosa y uniceja con un extraño fetiche floral. Todo para que no lo ocurriese, de nuevo, lo que a mí en 1985.

Con mis piernitas rollizas y mis mofletes rosados de segundo de primaria esperaba yo con ansias, desde principios de año, el carnaval. Desde principios de año también, empezaba mi pobre madre a maldecir la susodicha tradición que la abocaba irremediablemente a gastarse un dinero que no tenía en un disfraz de usar y tirar o a dejar los ojos cosiendo un atuendo imposible de quién sabe qué superhéroe absurdo. Para aquel año en concreto, sin embargo, mi hermana mayor ya había alcanzado la pubertad y bebiendo los vientos por un jovencísimo y ágil John Travolta, enteramente boyante (ella) de buena intención y creatividad, decidió salir a mi rescate(?) ofreciéndose generosa a confeccionar a partir de harapos viejos y maquillaje barato, una versión infantil (y por fuerza cutre) del actor de sus sueños en "Staying Alive". Mamá no sabía de qué o quién le estaban hablando, pero estuvo enteramente ganada al experimento desde que escuchó mencionar la palabra "reciclar". Y así fue como “un servidor” acabó parado en la mitad del patio del colegio, vistiendo una camiseta de tirantes y shorts de franela hechos girones; con una cinta atada a la frente, una correa al brazo, trapos en la pernera y aceite de comer para dar y tomar, sin que nadie supiera a quién se suponía que representaba, si reírse de él o ponerse llorar.  Muy probablemente haya llevado yo entonces el primer disfraz de mendigo-gordito-gay-lascivo que hubiesen visto los curas del colegio en toda su trayectoria docente o su vida clerical. Quizás esta creación carnestolenda de mi hermana, a mitad de camino entre querubín sin harpa y Flashdance infantil con un toque de mendicidad, tenga una moraleja oculta que puestos en la tesitura de tener que disfrazar a nuestro hijos valga la pena recordar… En nombre de las nuevas generaciones, su salud mental y su derecho al honor, les imploro: -Stick to the classics¡, stick to the classics¡



Si de algo me han servido todos aquellos años de enseñanza católica, ha sido, única y principalmente, para agradecer a Dios no haber permitido el invento de las cámaras digitales, los móviles con cámara o las redes sociales hasta que hubiese dejado, al menos yo, la infancia y la aún más terrible pubertad!.

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