La vigencia de Andersen

En las últimas semanas una adaptación al cine del cuento de Andersen “La Sombra” inició su rodaje. La reseña al respecto publicada en el periódico se apuraba en justificar la recuperación de los textos de tan manido autor por considerar que en ellos, y especialmente en “La Sombra”, se tocaban temas de innegable vigencia como la falta de popularidad que padecen la veracidad y la bondad, o la consecuente devoción por lo aparente.

No pude negarme a reconocer la concurrencia actual de dichos fenómenos, y puesto a evaluar la pertinencia moderna del autor en cuestión, empecé a repasar algunas de sus narraciones más populares. Y es cierto, todas ellas, de alguna u otra manera, son pequeñas batallas entre el bien y el mal o lo verdadero y lo falso, perpetradas por sujetos con rasgos de personalidad que en mayor o menor medida, nunca dejaremos de poseer como sociedad. Andersen, así como los hermanos Grimm y otros tantos no perderán vigencia jamás. Esto es, siempre y cuando, “lo vigente” no sea confundido con “lo correcto”.

Si bien en su época, el patito feo ilustraba con gran creatividad situaciones de discriminación que en la actualidad conservan toda su vigencia, hoy en día, el desenlace de Andersen es todo menos “correcto”.

Pensar que el consuelo para un niño “distinto” ha de ser la promesa de una belleza insoslayable en la adultez es cuando menos, un planteamiento de frivolidad pasmosa. Subordinar la aceptación de la diferencia a un remedio total y evidente de la “condición” discriminada, es de un derrotismo nefasto. Y por último, establecer plazos para la extinción definitiva de tal “anomalía”, es hoy, casi tan inmoral como aborrecerla desde el inicio.

Así como nos dice que hay que respetar a la niña “fea” pues cabe la posibilidad de que deje de serlo, Andersen podría decirnos que hay que respetar al negro por que, como Michael Jackson, podría blanquearse; que hay que considerar al gordo pues es posible que adelgace, y que hay que admirar al cojo sólo cuando este llegue a bailar. Si bien es cierto que solicita una tregua momentánea para los “distintos”, Andersen no ve dignidad merecedora de respeto en la “condición” ni en la diferencia, sólo la encuentra en la futura posibilidad de erradicarlas, y lo que nos pide, lejos de ser aceptación, es paciencia. Paciencia para esperar el momento en que la conversión se produzca, o bien para “tolerarlo” hasta que el individuo se aleje marchándose pues al charco que le corresponde.

Es cierto que las diferencias y conflictos se magnifican a mayor proximidad y en el ámbito de lo íntimo. También es cierto que en la distancia, en el anonimato y el espacio público las disonancias quedan reducidas a pintorescas estridencias que en muchos casos nos hacen reír. Sin embargo, deportar al patito feo, aún habiéndose embellecido, a ese estanque lejano “plagado” de cisnes, constituye una de las primeras referencias literarias al “guetto” y al campo de concentración a las que un niño tiene alcance.

Los que entienden a Andersen justifican este destino pues, como el autor, creen que la felicidad es sólo factible en la vecindad con los semejantes. Y es justamente el de “semejanza” el concepto que confunden: para el autor la semejanza no existe, sólo hay idénticos o distintos. Todas las similitudes (e incluso la suma total de ellas) son susceptibles de ser erradicadas por la más ínfima diferencia. Y es así como dos animales con alas, plumas y pico; dos aves blancas, palmípedas y anseriformes, a juicio del autor, no resultan semejantes. Andersen no fue capaz de ver las semejanzas pues, como los patos, no era semejantes lo que buscaba, más bien buscaba iguales, idénticos, mismos y puros. Y sólo ahí creía posible la felicidad.

No critico a Andersen por ser capaz de diferenciar, sino precisamente por lo contrario, por anhelar una absurda pureza identitaria de su entorno y por perseguir la uniformidad. No le condeno por diferenciar entre patos y cisnes, sino por creer que todos los cisnes son repeticiones de un original. Lo más pavoroso y dañino que nos puede hacer creer Andersen es que vivir entre dobles, clones y “gemelos”, mirando reflexiones de la propia imagen, en constante onanismo y escuchando nada más que nuestro propio eco tiene algo que ver con la felicidad.

Los dos seres más iguales nunca serán idénticos. El propio individuo, por si sólo, es distinto del concepto que de sí mismo tiene, diferente del sujeto que es cuando está acompañado y ajeno al que fuera hace algún tiempo. Por tanto, la ausencia de diferencia no existe ni en el más desolado aislamiento, y esa paz y felicidad que se supondrían derivadas de la ausencia de “lo otro” es espejismo puro. La idea de los hombres iguales o de un conglomerado de idénticos no son más que ilusiones falaces sumamente peligrosas, que cuando prenden en doctrina política generan holocaustos, y cuando toman forma literaria conforman los géneros de la tragedia y el horror. La alucinación de Andersen con un oasis de la “mismidad” (estanque “feliz” de los cisnes) lejos de simbolizar un simple retorno a casa, es una pavorosa inserción en una habitación de espejos, infestada de locos orgullosos y narcisos delirantes.

Este estanque, concebido como refugio apartado y paraíso segregaciosnista, ni si quiera en fábula supo proveer de aislamiento a sus pisioneros. Su vanidoso creador urgido de aprobación prefirió poblar sus orillas de amables admiradores que habrían de deshacerse en elogios para con el reivindicado protagonista. Pareciera que para Andersen nada, a excepción de la adulación, podía borrar los complejos que agobiaban a patito, ni la bella imagen de cisne que le devolvió el agua al mirarse, ni el ala protectora de los otros cisnes congregados. Aquel discurso que describe el ataque de sùbita felicidad sólo fue posible tras los aplausos y halagos de la audiencia circundante. En nuestras vidas como lectores y oidores de historias, Andersen es uno de los primeros en vendernos la lisonja como el mejor y más efectivo bálsamo analgésico, el más rápido cicatrizante, un poderoso reconstituyente y un remedio milagroso para todo mal….
En ese mismo pasaje y de manera quizás más tácita pareciera también estar claro que para obtener dicha lisonja hay que mostrarse sólo desde ciertos ángulos y esconder ciertas aristas:

En tal arrebato de felicidad hubiese sido coherente que Patito feo graznara y aleteara frenéticamente en señal de júbilo; hubiese resultado lógico que saliera volando hacia el cielo sólo para entonces girar y hacer clavado en el estanque salpicando de agua al resto... Hubiese podido embriagrase, revolcarse sobre el césped, saltar en una pata o bailar. Sin embargo, prefirió "jugar" al cisne. Aunque alguna vez hubiese sido feo, este Patito no tenía ni una pluma de tonto y sabía que el público solo aplaudiría las posturas que de cisnes reconocía. No pareciera entonces demasiado descabellado decir que esta forma de mostrarse que nos plantea Andersen dista un gran trecho de ser un destape o una sincera confesión. Pareciera tratarse más bien, de un ataviarse con todo lo que se da por supuesto que debemos ser, de una auto-representación, del montaje de un espectáculo de si mismo, en el que todos los rasgos del estereotipo que nos “define” han de ser llevados al paroxismo bajo la mirada de un público que exige cada vez mayor definición. Y ese aplauso que al final escuchamos no es producto de aceptación de ningún tipo sino de la mera coincidencia de los ideales esteriotipados de los espectadores con aquello representamos como enanos, payasos o malabarista de circo cada uno jugando su roll.
Si lo que buscamos en los cuentos de Andersen son conceptos e imàgenes "vigentes", esta habitación-estanque en donde se recluye al pato es la más actual y ridícula de todas. Prueba de ello es lo mucho que tiene en común con esas otras habitaciones que dia a dia visitamos de la mano de grandes hermanos y supervivientes de televisión. Si estamos de acuerdo en que Andersen reivindica mediante su relato la hyper-valoración de la imagen propia, el exhibicionismo y la auto-representación, no tendremos más opción que aceptar que ese Edén que Andersen concibió es una especie de "primer reality show” del que jamás se halla hablado… Una celda transparente en donde unos se muestran y otros se miran; en dónde se monta día a día la representación esceneficada de la intimidad a cambio del reconocimiento público; dentro la cual lo privado deja de ser íntimo haciéndose meramente vulgar mediante su publicación; en cuyas ventanas florecen el fetichismo por los estereotipos y los estereotipos de fetechismo. Al final, un mero ring sin cuerdas bien iluminado sobre el cual el espectáculo de la "identificación" derrotando en el primer round a una "admiración" enclenque y exhausta se repite sin cesar.


Andersen, quien fuera humillado reiteradamente por su afeminamiento y poquísima esbeltez, debió acabar tan aturdido y desconcertado que terminó escribiendo una oda fabulada a los todos “ismos” de raza, de religión, de clase social, de sexo o nacionalidad. Una parábola que más allá de meter gato por liebre, promete a los distintos un circo por cielo, en el que si aprenden a representarse suficientemente parecidos al morboso estereotipo que la muchedumbre espera serán ovasionados al final de cada función, siempre y cuando no abandonen nunca la carpa.
Existe un tema más vigente?

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