La Nueva Audicón

Los pensamientos ajenos se habían hecho audibles y ya nada pudo ser como antes: Los abogados y psicólogos se frotaron las manos previendo un lucro redoblado producto del aumento exponencial en la demanda de terapias, divorcios y disolución de sociedades. Los yernos evitaron a toda costa toparse con sus suegras, y por la calle, los bofetones y carterazos reemplazaron a los dos besos reglamentarios como convención de saludo entre hombres y mujeres. Los políticos se escondieron astutamente tras la declaración escrita en prensa, y los sacerdotes adoptaron la absolución on-line y el sermón por correspondencia tras el sonado caso de “agresión pensativa” a la viuda de San Fernando.

Le tomó al país un par de años encajar la indiscreta imposición de honestidad. No obstante, súbitamente y contra todo pronóstico, la situación empezó a mejorar: Las más feas se supieron deseadas por alguno, y los más pesados entendieron la magnitud y sinceridad del tedio que provocaba su ligoteo indiscriminado. Los meseros llevaban los pedidos a las mesas sin mediar palabra con los clientes y los criminales confesaban sin querer. Los jefes llevaban cascos durante toda la jornada laboral y se los sacaban sólo ante la secretaria.

Surgió un nuevo tipo de estrella de la canción sin facultad vocal alguna pero capaz de evocar las imágenes más hermosas mientras escuchaban ciertas melodías. Los espectáculos de danza incorporaron micrófonos ambientales y el ajedrez, así como un gol por penalti, se hicieron del todo imposibles. Los telediarios fueron por fin catalogados como programas de opinión y la objetividad de los juicios emitidos se reveló del todo quimérica. El surrealismo automático de Bretón volvió con una fuerza arrolladora y el minimalismo fue erradicado. La prensa rosa se destiñó ante la estridencia multicolor de los pensamientos de los famosos expuestos sin filtro ni exclusiva, y la casa real fue “real” por primera vez.

Con la compasión en alza y la culpa en recesión se despertó el país el glorioso día en que el deseo, ahora equiparado al hambre, fue por fin saciado con prestancia y generosidad, y la envidia desaparecia gradualmente ante la unanimidad, ahora audible, del sufrimiento. La vergüenza dejó de sentirse, así como el aire que se respira o el amor sin desacuerdo. Este amor se hizo sencillo pues al fin los hombres supieron qué demonios querían las mujeres y el odio se vio extinguido por falta de hipocresía cuando la sinceridad lo asfixió…

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