El socio



En el hipotético caso, de que yo y dos de mis socios aportásemos menos que el cuarto. Y si fuese cierto, que aún por encima lo machacamos, lo llamamos avaro, rebelde sin causa y le negamos la posibilidad de abandonarnos, sería solamente normal que éste acabe “quemado” y deseando quemarnos vivos. Esto, que a todos nos resulta evidente, debería ser tan obvio como el que una asociación en la que todos tengan y aporten lo mismo es, a todas luces, de poco beneficio.

Aunque parezca injusto, no lo es. Y resulta que el mundo está lleno de asociaciones exitosas entre entidades desiguales que aportan al conjunto de los asociados recursos muy tangibles o no tanto. En algunas, unos ponen todo el capital y el trabajo, mientras otros aportan las ideas, el enchufe o la cara. En otras, algunos ponen los medios, la localización y la oportunidad, mientras los otros prestan experiencia, confianza o asesoría. Todo cuenta y vale en su justa medida, y aunque como socios hemos de poder valorarlo todo y cuando nos apetezca, no en todo momento las mismas aportaciones valen o importan lo mismo.

Dependiendo del momento las cuentas no dan igual.

Aunque repartamos dividendos equitativamente, al que puso el capital, los primeros años, las cuentas no le saldrán; y si lo que se obtiene es reconocimiento, al que puso la imagen, lo conseguido, a priori, simplemente no le faltaba. Las asimetrías, sin embargo, deben existir para que en una sociedad ambas partes consigan en la otra lo que les falta a cada una por separado. Y los balances, aunque frecuentes, no deben ser circunstanciales, parciales o cotidianos. Estos balances, sobre todo, deberían tratarse como operaciones estrictamente “contables” aunque en ellas se asigne “valor” a lo “no cuantificable”. Siendo deseable entonces que dejásemos para otros momentos las pulsiones inducidas.

Salirme de una sociedad por que tengo una cultura, una lengua, o una religión propia y diferente al resto de los socios, resultaría tan tonto e inmoral como echar a alguno de dicha sociedad por los mismos motivos; y obligar al socio a quedarse bajo promesa de relegar su idiosincrasia propia a un segundo plano, me generará un problema serio, de índole política o cultural,  distinto a los que mi empresa debería dedicarse a resolver.

Si los que deciden abandonar no son uno solo, sino un grupo, los que lo integran deberían poder aceptar que, en el futuro inmediato o no, alguno del conjunto a su vez les abandone; y si en alguna otra asociación mayor, en la que todos participan, han formado parte de los que tienen pocos problemas en poner menos y recibir más, deberían también tener pocos problemas en aceptar que se les niegue participación como socios independientes y que por tanto se les cierre el grifo y el panorama.
  
Así pues, los catalanes tienen sobrados motivos para querer incendiar y estar “quemados”, tienen derecho a hacer balance de la sociedad con España y a decidir marchar. Deberían poder hacerlo, ahora y de forma legal, y su decisión debería ser respetada. De la misma forma, estos mismos catalanes deberían entender, antes o después, que la simetría en aportaciones y beneficios que buscan no existe ni es necesariamente buena; deberán saber qué hacer si Girona se cansase de aportar más que los demás en la “Catalunya opresora”; cuando Lleida se les convierta en la nueva Extremadura y Barcelona en Madrid. Tendrían que entender perfectamente que Alemania se sacuda “el marrón” de los países menos ricos de la CEE, y que la CEE los deje fuera. No es que así, por fuerza, tenga que suceder, pero es un escenario posible que no suele ser discutido.

No se discute ni este escenario ni ningún otro posterior al 9/11. Interesa más lo que ocurrió en 1714 que lo que ocurrirá en 2015 y sus posibles consecuencias. Entre los posibles escenarios, podemos escoger, claro!. Y entre los disponibles los hay desde los más apocalípticos hasta los m´ss optimistas, siendo algunos menos probables que otros. No obstante, todos ellos juntos, son del todo más factibles que la idílica noción de un proceso independentista sin consecuencias, en el que Catalunya empieza su andadura como nación, con euro, sin deuda, un parque empresarial intacto, relaciones comerciales boyantes con España, Europa y el mundo entero rendido a sus pies, y todos los catalanes pagando menos impuestos.

La "independencia" que hasta ahora se nos ha vendido, mas allá de utópica o quimérica, viene sin instrucciones de uso, con una letra pequeñísima escrita con tinta transparente: Una serie de asuntos que deberían preocupar y que rebasan con creces la instancia de los "detallitos" que conviene soslayar, mientras lo realmente apremiante sea la mera cuestión de la "emancipación".

Se da por hecho que independencia y soberanía son iguales a libertad y solvencia económica, cuando los cacicazgos y servilismos, los vicios políticos y administrativos, las burocracias, la ineficiencia, y todo lo que se hace mal a nivel nacional, puede perfectamente perpetuarse en la Cataluña “emancipada”, reacomodándose sin mayores dificultades a la fauna poco diversa de un hábitat más pequeño.  Lo dan por hecho líderes y liderados, entre ellos y por poner un ejemplo,  Mas y mi contable catalanista. Sin embargo, nadie explica qué se hará de forma distinta o cómo se logrará aquello mejor. Mientras se asuma que las lenguas y las banderas son ya suficiente distinción, se hará igual de bien y mal todo lo malo y lo bueno respectivamente, bajo un nuevo nombre y en otro idioma. El resultado por tanto, será previsiblemente el mismo, aunque traducido. 

Si el cuarto socio finalmente decide marchar, sin duda dolerá!. Pero tiene motivos, y hay que dejarle. Dará un golpe en la mesa duro de encajar que sentará un precedente. Y sin duda hará que se revise con detenimiento todo lo que a nivel contable, y gestión del recurso, en esta sociedad, se viene haciendo mal. De cualquier manera, ninguna de estas revisiones y mejoras habrán de beneficiarle o preocuparle en modo alguno, pues el nuevo socio estará ocupado montando su propia infraestructura cero kilómetros. Si este socio me llegase a explicar - no obstante,  y si lo prefiere en catalán - cómo será su nuevo proyecto; si se molestase en detallar, que hará de forma distinta - más allá de cobrar y gastar exclusivamente en lo propio – o si me llegase a contar un cuento mínimamente distinto al que cuenta de quien se quiere separar, quizás yo - que no soy español, ni europeo, ni catalán - me anime también a contarme, de nuevo,  entre los suyos.

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