Suspiro con nostalgia recordando aquellos tiempos
maravillosos en los que se podía matar a un perrito que echaba espuma por la
boca, sin que saltara una legión de sentimentales irresponsables rasgándose las
vestiduras en defensa del amor animal.
Según cuenta la leyenda familiar, mi abuela, mujer de campo
trasladada la ciudad, acostumbrada a retorcer el pescuezo de sus propias gallinas,
sacrificó con una soga a la rabiosa mascota familiar, en vista de que el
organismo sanitario de turno no acudía, y para prevenir que mordiese (y de esta
forma contagiase) otra gente. Tan crudo y chocante como pueda sonar, el asunto
no solo le granjeó el respeto de los vecinos, sino que fue felicitada por las
autoridades pertinentes. Había hecho el trabajo sucio y triste que tocaba a
otros, en aras de proteger a un número mayor de personas, entre los que se
contaban sus hijos.
Los tiempos y las cosas sin duda han cambiado, en muchos
sentidos para bien aunque no en todos. Tanto así que hoy en día, y ante una
crisis epidemiológica seria, mundial, mortal y mal gestionada a muchos niveles,
el foco del criticismo, la alarma, y la indignación social, se desvían hacia la
salvación de un perro (seguramente majísimo e inocente) dejando en segundo
plano el riesgo inminente que corren los trabajadores de la salud que están en
primeria línea lidiando con los contagiados, sin las medidas sanitarias
adecuadas y con absoluto desconocimiento de los protocolos vigentes.
Dirán que no es así. Que claro que preocupa el tema de la
mala gestión y del contagio humano. Pero lo cierto es que no hay pagina de
Facebook llamada “Protejamos a los enfermeros del Carlos III” y en cambio si
hay una, con 18 mil seguidores conseguidos en poquísimas horas, llamada “
Salvemos a Excalibur”.
Dirán que la tengo cogida con los perros, cuando, a decir verdad,
la mayoría de ellos me parecen estupendísimos, y el que cada amo quiera a su
perro todo y cuanto se le dé la gana, me parece absolutamente fantástico. Pienso
además que es hermosísimo que la lucha contra el maltrato animal haya ganado
millones de adeptos en los últimos años, y estoy convencido de que la sociedad debería
apoyar a todo aquel que intente proteger, aunque sea y si le da por allí, a las
moscas. Todo esto me parece bien hasta cierto punto y en su justa medida. Todo
esto es genial hasta que topa con la salud pública y la seguridad general.
Hasta que se encuentra reñido con la protección de la vida de otro ser humano,
e incluso hasta que se sospeche de que puede llegar a hacerlo.
Confieso que no sé a ciencia cierta, si hay alguna
alternativa sanitariamente razonable al sacrificio. Tampoco se si el riesgo que
comporta mantener a Excalibur con vida es más o menos alto. Por tanto, he de
admitir que no puedo valorar con justicia si la medida es demasiado drástica o
precipitada. Pero esto a mi no me toca. No obstante, cuando a la opinión
pública parece preocuparle más el destino de una mascota que el de muchos otros
seres humanos; cuando causa menos indignación que al personal médico y
asistencial se les condene a trabajar sin medios ni información asumiendo un
altísimo riesgo, mientras la mera mención de la muerte de un perro desata la
furia en las redes sociales; y cuando todo el sacrificio, el trabajo, el valor,
y el altruismo de enfermeros y sus familiares parece valer menos que la
inocencia y fidelidad de un animal; me temo entonces, que algo menos letal pero igual de
virulento que el Ébola está plagando al mundo:
El sentimentalismo absurdo y la
estupidez!
Mas info:
http://www.lne.es/sociedad-cultura/2014/10/07/marido-contagiada-denuncia-quieren-sacrificar/1652877.html
https://www.facebook.com/salvemosaexcalibur
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