Crimen y Castigo




- Doctor, me estoy muriendo!
-       - Efectivamente querida, y a juzgar por su juventud y los síntomas ha sido ud. envenenada.
-       - No era una pregunta Doctor, le digo que me estoy muriendo! Haga algo por favor!
-        -Lo hago mujer! Lo hago! Sabe ud. quién la ha envenenado?
-       - Si Doctor, pero no tendrá ud algún antídoto? Podrá impedir que me llegue al corazón?
-       - No se preocupe, quien quiera que haya sido no lo volverá hacer. Lo atraparemos!
-       - Una transfusión? Un lavado…
-      -  Así es criatura de Dios,  la sociedad necesita urgentemente una transfusión, una limpieza! que las lacras que han hecho cosas como las que le han hecho ud. mueran o lo paguen muy pero muy c…
-       - Pero Doctor!!!!, auxilio!!!, enfermera!!!!
-       - Descansa en paz hija mía. Alguna confesión?...
-       .......  Piiiiiiii….

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Aunque castigar al asesino no reviva al muerto, hay que castigarlo para que el resto se lo piense dos veces antes de matar. Sobre todo, toca hacerlo para que el mismo matón no siga matando. No obstante, si el crimen en cuestión no acaba del todo con la vida de la víctima, antes de pensar en sanciones, condenas o represalias, digo yo, habrá que ocuparse de la salud del afectado: Resarcir el daño físico, moral o económico causado a la víctima debería ser la prioridad antes de ocuparnos de calificar y castigar al agresor.   

Los policías, los fiscales e incluso los jueces, tan esenciales como se quieran en la lidia cotidiana contra el crimen y en la administración punitiva, son menos útiles cuando se trata de restablecer la salud y el bienestar de las víctimas. Por mucho que tranquilice ver al que te apuñaló entre rejas, sólo podremos disfrutar de esta tranquilidad si contamos antes con ese alguien que nos detenga la hemorragia, nos recomponga las vísceras cercenadas, nos cosa y desinfecte la herida y nos prescriba, como mínimo, antibióticos y analgésicos. Es así, no es cuestión de hipocondría ni de reduccionismo sanitario, es que de lo contrario nos morimos y después de muertos, ya se sabe, importan menos las penas y las alegrías, y con ellas las justicias y las revanchas. Muy probablemente, el más ilustre de los jueces, el más astuto de los fiscales o el mejor de los policías harán un terrible trabajo curando a un herido y esto no se debe a que en conjunto pertenezcan todos a un gremio de imbéciles malvados, sino más bien a que simplemente no sabrían lo que hacer o no han sido preparados para ello.


Las únicas armas de las que disponen los organismos de justicia, tanto policiales como jurídicos, para la ejecución efectiva de la ley son de naturaleza taxativa, físicamente coercitiva o privativa, consistiendo comúnmente en una combinación de multas, violencias y privaciones de libertad. Todos estos métodos pretenden ser más castigos ejemplares que estrategias correctivas de la conducta o de los daños producidos. El debate sobre la capacidad regenaradora, de reinserción e indemnización de las condenas legales no es nuevo, pero sigue vigente, y su concentración exclusiva sobre el victimario dejan a la víctima ni reivindicada, ni restituida, pero sí revanchada. 

Así las cosas, estaremos todos de acuerdo en que a esta pobre España nos la tienen hecha un colador a punta de sablazos. La vienen desangrando unos criminales implacables y nefastos a los que dimos el poder de hacerlo pensando que harían justamente lo contrario. Tenemos el deber de castigarlos pues no hay visos de que estén escarmentando. Y por si fuese poco aún tienen el puñal en sus manos y toca ya quitárselo. A tales fines, (castigarlos y sacarlos del poder) han salido ahora unos muchachos que pareciera que ni pintados para la tarea. Suenan indignadísimos, no se cortan a la hora de señalar a los culpables y rezuman tanto odio hacia toda esa gentuza deshonrada y criminal como el mejor de nosotros en un mal día. Prometen no dejar títere con cabeza, sacar a los pillos, uno a uno al ruedo con los leones y dejar que se pudran sus orondos cuerpos viciosos empalados sobre estacas. Hasta que esto ocurra, nos tienen aquí salivando, expectantes y con ganas de que empiece ya y de una buena vez la escabechina y la ejecución. Pareciera que sólo es cuestión de un poco más de paciencia, las encuestas señalan como el clamor justiciero se contagia a ritmo de destape por día de un nuevo estercolero administrativo. Ya nadie aguanta tanta pestilencia. 

Todo indica que ha llegado finalmente la hora. El circo dará inicio más pronto que tarde y nosotros, cómo no, cumpliremos a cabalidad nuestro a papel de turba enardecida. Mientras tanto, la víctima desatendida seguirá languideciendo, pues habremos encargado su curación a quien sólo parece ser bueno para vengar sus profundas heridas. Castigados resultaremos todos, de nuevo y a excepción del castigador, quien habiendo confiscado todo los medios para la ejecución de la ley, se habrá hecho con el poder de cambiarla a conveniencia. Una vez superada la borrachera justiciera, nos levantaremos con un tremendo dolor de cabeza, la víctima estará irremediablemente muerta, la justicia habrá brillado para volver a desaparecer y los criminales serán suplantados por castigadores aprendiendo a delinquir. 

O así lo dice la historia....




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