“A-divina”

-o sobre el ascenso y caída de un prefijo-

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Solo los dioses, se presumía, podían llegar a saber lo que estaba por pasar. Por eso, cuando aquel hombre atinó en sus predicciones sobre el volcán, la guerra, la cosecha y el rey, en la corte empezaron a verle como a un dios. Por la ciudadela se corrió la voz de que era de alguna manera “divino” y en consecuencia, su talento fue llamado “A-divinación”. Como si al saberlo, no solo él se hiciese “divino”, sino que ungiese al mismo tiempo con su divinidad todo aquello que clamaba estaba por acontecer.  Pero los presagios, por terribles, pronto comenzaron a ser asociados más bien con la mala fortuna, con el demonio o con el pecado y entonces la adivinanza se apartó enteramente de los dioses, se entendió como mera sospecha divulgada “divinamente inconexa”, y la “a” en su inicio pasó a implicar más bien negación.

Cuando “ella” entró, como tantas otras esa misma tarde, por la puerta giratoria del bar, el la adivinó. No sólo supo lo que ella sería, sino que la hizo automáticamente divina y el se sintió medio Dios. Pero los acontecimientos, por terribles,  pronto comenzaron a ser asociados más bien con la mala fortuna, con el demonio o con el pecado y entonces la “a-divinada” fue apartada enteramente de las diosas, entendida como eterna sospecha divulgada “divinamente inconexa”, y la “a” en su inicio, pasó a implicar más bien negación.

La endiosada pasó a ser entonces anti divina por un mal ejercicio de adivinación. Adivine ud. ahora cómo acaba esta historia de pre-fijación.

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Aquel que a-fea, a-barata, a-clara o a-plana, mediante el prefijo y su acción, confiere al objeto la cualidad que describen estos adjetivos hechos verbo por obra y gracia de esa “a”. Una “a” que en posición de prefijo a veces da y a veces quita, o quita y da al mismo tiempo cosas distintas. A los anoréxicos, los ateos y los apátridas les quita el hambre, la fe y la nación respectivamente, y a los anestesiados les confiere alivio y les quita el dolor. Gracias! Solo con la adivinación sucede que lo ungido con la cualidad descrita por el adjetivo no es objeto directo de la oración sino en todo caso el sujeto. No he logrado adivinar el porqué…

* The Crystal Ball. 1902. John William Waterhouse

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