el show

Todos me decían que había que mirarla a los ojos, de cerca, rodearla y caminar frente a ella. Si te seguía con la mirada, me aseguraban, estabas frito. Caerías para siempre subyugado bajo su mudo encanto y nunca conseguirias olvidarla a pesar de lo menudita que era. La primera vez que la vi, en cualquie caso, no tuve oportunidad de acercarme. Cuando llegué ya la rodeaban como 20 o 30 que la admiraban mucho más que yo y nadie cedía el paso. Ella aguantaba el tipo sin rubor ni pestañeo y se le veía bastante acostumbrada a ser el centro de atención. 

La Monalisa, por eso, nunca me apasionó. Con ella no había posibilidad de intimidad. Siempre me tocó verla entre el gentío, los flashes prohibidos y olor a humanidad estofada. Con los ojos en puntillas, apenas alcanzaba a ver, entre las gorras de beisbol y los cardados de las chinas, sus cejas lampiñas y su sonrisa hambrienta de colágeno. Aquello siempre parecía más un concierto que una cita y a mi nunca me tocó estar en platea. La Gioconda Live. En directo. Así era. Aunque sólo fuese por la cantidad de espectadores, pues por lo demás ella estaba bien muda, tiesa, inerte.

Pero las cosas han cambiado. O no. Quizás hayan seguido por el mismo rumbo de siempre, sólo que a una velocidad tal que simplemente no se reconoce el camino.

Ahora el arte, también, se ha apuntado al show. Ya no solo el performance ni los artistas muy mediáticos, sino todos. Sobre todo los más famosos o los más coloridos. Como Klimt.  Sus paletas se entienden bien con el RGB y sus trazos se burlan del pixel. Aguantan bien la animación sincopada con unos acordes embriagadores y la proyección 360 agigantada. Uno ya no se para delante de una pintura. Los cuadros ahora se paran delante,.detrás por encima y debajo de ti y uno flota entre óleos de luz y música que el pintor quizás nunca escuchó. Todo es inmersivo y envolvente. Es zambullida de cabeza, clavadismo sin pirueta o como dicen por allá, de jeta. Todo es explosivo, pirotécnico, simultáneo, rápido, enorme y multisensorial y claro todo aquello te masturba el córtex. Como si a la consola sensorial de nuestros sentidos le apretasen todos los botones a la vez, se nos alinean los tres ramillete de cerezas en el rodillo mental y cerebro grita jackpot, como le sucederia al gato que le rasquen la espalda, le muestren un ratón, le pongan comida húmeda y escuche el aullido de una gata en celo al mismo tiempo. Seria too much. Ahora todo es too much y a uno le gusta y se acostumbra.

Se acostumbra uno tanto a ese despliegue que luego, la vida, o lo de toda la vida ya no cuela ni engancha. No hablo de lo simple, habo de lo bueno y de lo complejo de siempre, de los buenos libros y las charlas largas y los cuadros grandiosos colgados en los vetustos museos. A veces pienso que gran parte de lo que hago y digo sólo tiene cabida en un museo. No por genial ni por artístico sino por viejo... en un museo antropológico.

Se acostumbra uno al show y aquello te hace creer que la miniatura no tiene valor, que la imagen sin audio está coja, que la música sin vídeo x o que el cantante que no baila  o tiene una cuenta de Instagram en la que explica día a día su vida, pues no¡

Se acostumbra uno y cree que la vida propia es también un show y que tenemos que transmitir en directo, y que hay gente ahí fuera, o del otro lado de la pantalla, que no puede esperar a llegar a casa para vernos sino que tiene que escucharnos ya...Que le importarán nuestras miserias siempre que las produzcamos como un show.

Luego ves que son apenas 16 los que te ven en directi y echas en falta aquellos días de confinamiento mundial en los que los raitings pandémicas hicieron posibles los más locos sueños de los influencers en ciernes.

Yo no extrañó a la Monalisa, los influencers echarán en falta el confinamiento . Tengo amigos que son un cuadro y cuanta falta me hacen. Quien se acuerda de the trueman show? Todos somos un espectáculo. "Espeticular" hubiese dicho mi sobrina cuando estaba peque....

Bobo.. viejo... así estamos... but the show must go on¡

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