El Agua, Molière, Australia y El Sol



Pasa con el agua, lo que con el alma y el azúcar*: Que siendo sustantivos masculinos las adjetivamos en femenino sin que nadie nos mire mal. No sucede así con la mar, el calor o las lentes que pudiendo ser masculino y femenino a discreción, admiten artículos y adjetivos de todo género.

Décimos del agua que está salada y del alma tenerla herida cuando, por coherencia, herido y salado es lo que tocaría. A no ser que la RAE, en sus ultimas enmiendas, haya aceptado para estas palabras la popularmente practicada reasignación sexual. La cuestión de la asignación del género gramatical en las palabras (y su intercambio) es menos peliaguda que el del sexual en las personas, pero no menos interesante o azaroso. Dejando de lado al inglés, que por no liarse en el asunto, no asigna género ni al animal, entre las lenguas latinas los géneros de palabras homónimas bailan caprichosamente al son que le toquen Cervantes, Molière o Dante, y es así como en Francia montamos un bicicleta (vèlo), en Italia miramos una mapa, y en Cataluña practicamos el natació, evidenciando que también en las palabras, lo del género tiene mucho más que ver con el uso y la costumbre que con una congénita determinación. 

Del inglés, sin embargo, rescato el vocablo "trans-gender", que en el castellano "transexual" (al no ser el sexo genético lo que se cambia) no encuentra su correcta traducción. Y queriendo traducirlo bien y no en su mera forma sustantiva, me veo casi obligado a escribir trans-generado, trans-genérico o trans-generoso sin que alguno me acabe de complacer. Lo cierto es que en el mundo de las palabras entonces, alma y agua serían travestis, y el calor hermafrodita cambiando su sexo a conveniencia o necesidad, como los peces en alt@ mar.

Las plantas y las flores no tienen un sexo, o mas bien, tienen los dos, aunque para nombrarlas les adjudiquemos sólo uno. Una palma es una aunque tenga órganos sexuales "de un palmo" en su interior. El género gramatical que le asignamos es mera costumbre/necesidad nominal que una vez satisfecha se olvida de contemplar la alternativa. Si bien hay yeguas y caballos; gallinas y gallos; pollos y para Ud. de contar, es difícil oír de serpientos, pezas o araños ya que los géneros son esquivos según la especie. Particular curiosidad me produce el hecho de que haya especies de animales o insectos, cuya formación masculina de su nombre sólo es posible si nos referimos a un ejemplar joven y pequeño, como son los casos de la ballena y el ballenato; la mosca y el mosquito, o la cabra y el, por decoro forzoso, "cabrito"...al parecer, los machos de la especie humana no somos los únicos eternamente inmaduros. 

Para Maduro**, en cambio, la formación del femenino nunca es un problema, mientras para todo aquel que le interese respetar las reglas podría llegar a serlo. En algunos casos el resultado es tan nocivo para el tímpano como el feedback de un micrófono y en otros acaba designando sujetos completamente distintos a la masculino original del que parten. Aquellas que sustituyan en sus funciones al párroco y al obispo, acabarán con un título muy feo, y a las homólogas de sobrecargos, peritos, carteros e impresores serán llamadas con nombre de cosa.

Y es que las reivindicaciones feministas han permeado la lingüística, y tras años de reclamar visibilidad para las profesionales de ciertos sectores hemos acabado con juezas e ingenieras muy a pesar de nuestros oídos. Asusta pensar que por masculina venganza decidamos llamar astronautos, dentistos y periodistos a todo aquel que siendo hombre se dedique a un oficio acabado en "ta"... sin que esto logre hacerlo más notorio ni mejor en su trabajo, y por el contrario complique innecesariamente el de l@s que se dedican a escribir.

Por suerte, mis “colegos” y yo no sufrimos éste problema, pues más que redactar dibujamos. Sin embargo, a las chicas que comparten mi profesión les ha dado por llamarse "diseñadoras gráficas" feminizando también el objeto de su oficio. Según esta regla de tres, Cavalli sería un diseñador de Modo, e Milena Plebs una bailarina de Tanga.

Aún peor resulta que, tal y como evidencia la existencia de palabra choferesa, ni siquiera la procedencia extranjera de un vocablo impida que intentemos declinarle el género. Entiendo que la RAE esté al servicio del lenguaje y no al revés, pero creo que puedo perfectamente vivir en un mundo donde no existan cheffas, mariachas, vedettos o Diyeyas. De suceder, tendré que considerar seriamente mudarme a un país de habla inglesa.

Australia puede resultar hermosa o indómita mientras México es lindo y querido porque a los países también se les asigna un género, aunque también haya los que ostentan dos o los que enfatizan el suyo mediante el uso del artículo. Inglaterra es cara mientras el Reino Unido es sólo costoso; Alemania y Egipto son femenino y masculino respectivamente pero no tanto como La Argentina, La India, El Perú o El Japón que anteponen a su nombres as partículas El o La. Algunos lo explican como alusión tácita a su condición de reino, república, territorio o nación, cuando lo cierto es que se trata más bien de moda y tradición, como lo refleja la pérdida de vigencia de alocuciones como me voy a La China. América, Europa y Asia, son todos nombres femeninos, aunque designan sujetos masculinos llamados continentes, y aunque estrella y satélite (femenino y masculino) respectivamente, nos referimos a El Sol y a La Luna porque en realidad estas correspondencias entre nombre y género nos importan un bledo. 

Pues eso, que a mi hijo quiero llamarle "Cruz"*** (o Rosario), y no me vengan con que es nombre de chica. Con un poco de suerte, en el cole lo dejarán en paz como dejan a las Dolores y a las Caminos y el chico crecerá para ser tan generoso o degenerado como cualquier otro con un nombre común.

 * sólo en algunos países de latino América. ** Presidente venezolano, famoso o infame, entre otros, por declinar el género del sustantivo masculino de “millones” a “millonas” *** Tiene que ser niño para llevar este nombre. No me veo presentando a una niña diciendo: “Esta es mi Cruz”

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