(o así como en "pienso que...")
No, no es que me haya dado a mi por defender el creacionismo, ni el
misterio de la santísima trinidad o la existencia de las 72 vírgenes por cada
yihadista muerto en acción. Sino más bien que vengo en echando en falta desde hace tiempo a alguno que se le antoje reivindicar la actitud de
“creer”, con las incertidumbres
conscientes que comporta, en vez de aquella tozuda petulancia que suele acompañar toda
certeza infundada. Dejando a un lado" los hechos / datos alternativos" de Conway/Trump, hay que dejar claro que no es que tengan nada de malo el saber o la razón. Pero tener
siempre la razón, creo, no es posible,
sin elevar a nivel de conocimiento verificable algo que en realidad no es más
que una muy personal convicción.
No me malinterprete, estoy perfectamente de acuerdo con que el abismo de denostación generalizada
en el que las religiones cayeron cuando el hombre aprendió lo suficiente como
para reírse de dios lo tiene bien merecido desde que las narrativas mitológicas
que acompañaban a todos los credos perdieron su función y verosimilitud cosmogónica
quedando relegadas a perpetuar un orden socio-político en ocasiones criminal
pero siempre injusto. Ni que decir hay que estamos mejor sin ellas. Parece
evidente que no todo tiempo pasado fue siempre mejor y aunque lo que “sepamos” hoy
sea menos consolador y más complejo que lo que antes creíamos, se reconocerá
como mínimo que apostar por el saber y el conocimiento permitió, a la humanidad
como conjunto, paulatinamente y desde el renacimiento, un verificable progreso
tecnológico y social. Mírese por donde se mire, esto fue así mientras
preferimos “creer” en lo que el conocimiento nos permitía saber y dejábamos de
lado, o de puertas adentro al menos, lo que no.
Pero el progreso –o el progresismo– es lo que tiene: tiende,
por definición, tarde o temprano, a desmadrarse y quizás muy pronto, por necesidad
metafísica, predisposición genética o inquietud existencial, nos ha llevado en
volandas y sin apenas darnos cuenta, desde aquel prudente “no creer” en lo que
antes creíamos pero no sabíamos, a creer que sabemos las mismas barrabasadas
que antes sólo creímos. Y ahí se jodió el invento.
Desde que acordamos que las creencias personales son
inconjugables en plural, decidimos excomulgar el verbo “creer” de nuestro
paraíso lexical y desterrarlo al infierno de la sospecha. Ha quedado terminantemente
prohibido simplemente “creer en algo” bien sea en el trabajo, en la política e
incluso en el ámbito personal. No nos fiamos de líder que “cree” que puede, y
en cambio votamos al que afirma poder o que “podemos” sin decirnos cómo;
Reprendemos al empleado que se satisface con creer y lo instigamos a comprobar;
y aunque creer en las personas suene ideal,
la verdad es que sólo lo admitimos como práctica generalizada cuando
hablamos de “creer en los niños” (una nueva religión). Creer, a secas, suscita
desconfianza con indiferencia de aquello en lo que se crea. Y lo inverso sucede
con el saber: solemos cuestionar menos o directamente “dar por bueno” lo que se
enuncia como “sabido”. Así las cosas, era sólo cuestión de (poco) tiempo que
empezáramos a recuperar las potentes metáforas teo/ideológicas que respaldan
nuestra identidad, estilo de vida y cultura, para promoverlas al rango de
certezas y a intentar defenderlas ahora desde una atalaya disfrazada de razón y
por tanto de arrogancia. Ya nadie cree, todo el mundo sabe y lo que sabe es la
única posible verdad. La crispación, por tanto, es hoy tan ubicua y temible
como antes lo era dios.
Ya quisiera yo estar hablando únicamente de los acalorados
pero inanes debates que podemos llegar a tener en las redes sociales o
cualquier foro en línea con alguno de nuestros amigos “sapientes” a propósito
de la vacunación, las elecciones, el burkini o el método Estivill para dormir al
bebé. Pero me temo que la cosa difícilmente acaba aquí. Si entendemos que una
creencia expresada no es otra cosa que una opinión y que la información debería
por el contrario encontrar su fundamento en una verdad objetiva susceptible de
ser “sabida” y no meramente creída, entenderemos que confundir una cosa con la
otra es tan tremendo y lo mismo que todo lo anterior. Hoy, la opinión
(creencia) es la única noticia, solo que envuelta en datos, manipulados para
bien o para mal, a fin de que resulte indistinguible de la información
cierta. La información de antes, los
datos puros y duros, sin interpretación, intención ni intermediario, se muere
de hambre o de asco y no vende ni un ejemplar. Mientras tanto, la prensa del
corazón arrasa y la información, por tanto, le copia el estilo, el (nulo)
rigor, la fuente y el formato. Ciencia, política, economía, religión, salud, y
cultura difundidos todos en forma de chismorreo crispado que suscita muchos
“likes”. Metodología de prensa rosa y
amarillista para temas que son siempre blanco o negro, pues no pueden ser ni
gris ni los dos a la vez. Y todo esto lo “sabemos”!
Sabemos también que errar es de humanos así como lo es no
saber. Según Dean Hamer(1) también es de
humanos creer. Cree ud. que podemos seguir creyendo que sabemos tanto y lo que
no? O debiéramos acaso poder volver a opinar con moderación y consciencia de
las propias subjetividades sin que por ello se nos endilgue una rancia y
anticuada devoción? Yo soy devoto ( o si
lo prefiere, muy “fan”) de la humildad con que se unge al que opta por arrancar
la oración con un “creo” en vez de un “sé” y por tanto creo, fervientemente y a
pies juntillas, que es momento de, entendido así, volver a “creer”.
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II
Hace algunos años, un miércoles cerca de la media noche, nos
encontrábamos mi socio y yo visitando un despacho de arquitectura japonés que
estaba, a esa hora, bullendo de actividad. Tras descalzarnos y ofrecernos té,
nos hicieron pasar a una pequeña área de reuniones, a la cual accedimos tras
pasar por una cocina en donde se cocían fideos para cenar, varias zonas de trabajo
en donde las pantallas encendidas se alternaban con las maquetas en plena
ejecución y un pequeñísimo gimnasio con una bici estacionaria, una cinta para
correr y un multi-fuerzas, todos en funcionamiento. Tras comentar brevemente
los últimos proyectos con el arquitecto que daba nombre al despacho y después
de unos buenos cincuenta minutos, el ritmo de trabajo no parecía aflojar. No
obstante, aquel hombre, educadísimo como cualquier japonés, seguramente pensaba
que muy bien podía ir siendo hora de finiquitar la entrevista y en consecuencia
pronunció la previsible y postrera frase: “no se si tengan alguna otra
pregunta”. Llevábamos muchas relacionadas con sus proyectos, pero tras haber
pasado una hora, a esa hora, ahí, parecía que las preguntas que tocaba hacer
eran otras. A qué hora se pliega aquí? Hacen turnos? Se les compensa con días
libres? Cuántos a la semana? Cómo va esto?
Al hombre se le iluminó la cara, separó los hombros y se
incorporó ligeramente pues lo que nos iba a decir, a juzgar por su repentino semblante,
era algo de lo que se sentía orgulloso: Si!, contaba con un equipo muy
trabajador; la mayoría curraba hasta las 2 de la madrugada, pero eso, según el
proyecto y la carga de trabajo; más no, pues podrían perder el último metro;
claro que tenían un día libre a la semana, si se lo combinaban bien con un
colega que cubriera su posición, y en ese día, si les apetecía, se podían casar
o hasta enfermar. Eso, claro y según él, no era nada común en Tokio, en donde los
arquitectos no saben descansar. Sólo ahí, en el despacho que él dirigía, pues él
sí que “creía” -así como creemos en un dios que pensamos bueno pero nunca hemos
visto- en los famosos y ansiados “fines de semana”!. Literal pero en inglés con
acento japonés!
Hay cosas que es mejor saberlas! –recuerdo haber pensado- ...
Y es que en ciertos ámbitos apenas “creer” no sólo es que sea insuficiente
sino que es suficiente para ofender. Si no me cree pruebe ud. decirle a cualquier señora,
preferiblemente desarmada, que ud. “cree” en la igualdad de la mujer. No, no es
que sea una ingrata, pero no se lo va a agradecer. Es como si su jefe le
suelta, saliendo por cuarto día consecutivo del despacho a las 23, que él
“cree” que ud. es trabajador. Como si
después de todo lo que ud. hace cada día por ellos, su mujer, en un ataque de
súbita generosidad, le dice que ella
“cree” que ud. es un buen padre. La sospecha positiva no sustituye al
agradecimiento ni al trato que merece quien “ES” lo que el otro apenas
sospecha. Menos “ver para creer” y más para entender y actuar en consecuencia. Se
puede creer o no en el feminismo, en la discriminación positiva o en la
criminalización del machismo, pero no se puede meramente “creer” en la equidad
de género, en la justicia social, la libertad, en el derecho universal a la
vida, a la salud, a la alimentación o a la educación. Nos podemos, cómo
no, enfrascar en discusiones varias
sobre como “creemos” (o dudamos) que podríamos restituir las anteriores a su estado
pre-político (o pre-social), pero los postulados fundamentales, por utópicos
que parezcan, no dejan resquicio alguno para la duda, ni para la fe. Así como
no se vale pretender saber lo que apenas se cree, no se vale pretender “creer”
en lo que se conoce y se sabe.
Así las cosas, creer y saber, parece, los tenemos
confundidos. No se trata de creer menos ni de no creer, ni de saberlo todo, ni
de no saber. Se trata más bien de saber al menos para qué sirve cada uno
exactamente y de no creer que podemos intercambiarlos sin consecuencia alguna,
o bajo el pretexto de no saber. Creo!.
(1) Dean Hammer: Genetista, escritor divulgativo y director cinematografico documental de origen estadounidense, autor del libro "El Gen de Dios" entre otros. https://en.wikipedia.org/wiki/God_gene
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