Una mezcla de ISIS con ébola y reguetón



En Renfe no se puede fumar, pero igual, porsia y en los baños, te encuentras un cartelito que pone dónde debes lanzar la colilla. 

¿cómo te quedas? ¿En qué quedamos?


¿A que suena a expendio de preservativos en un seminario/monasterio? ¡Muy fuerte!


De verdad que es fuerte. Pues aunque tener asumido el eventual fallo tampoco es que esté del todo mal, el preverlo así, de manera tan flagrante, se acaba pareciendo mucho a admitirlo. De pronto, como que empieza a sonar todo a cuento chino, a fracaso normativo y a hipocresía. ¿O no? Yo creo que en esto podemos estar de acuerdo.


Quizás tampoco nos cueste mucho concordar en que, por muy hipócritas, desidiosos o despistados que sean los del tren, el fulano cartelito con la colilla, por otra parte, tampoco es que signifique que deba uno por fuerza encender ahí, inmediatamente, un cigarrillo. La incongruencia o la omisión de unos no justifica que los otros nos pongamos a apestarle el ambiente al pasaje, por muy largo que sea el viaje o por mucho mono de nicotina.







Si estamos de acuerdo en esto, igual no nos costará ver que algo no del todo igual, pero sí bastante similar está pasando con los fulanos plásticos y las bolsas del mismo material que ahora resulta que son, de pronto y por sí mismos, una de mezcla de ISIS con ébola y reguetón (a saber, lo peor de lo malísimo) mientras que los que los consumimos y tiramos, siempre a regañadientes, seguimos pensándonos perfectos y sostenibles beatos. Si somos capaces de entender que aquel símbolo de la colilla, aunque incoherente no obliga ni incita, quizás podamos también admitir que por mucho que el gobierno permita las bolsas plásticas y en el supermercado las den, pues tampoco quiere decir que “tengamos” por fuerza que consumirlas. La negligencia (y/o desregulación) de la normativa en este sentido, ni nos obliga ni justifica la nuestra. 

Quisiera yo pues que acordásemos todos intentar mantener los balones dentro. Menos rasgamiento de vestiduras de red social y menos change.org; y más bolsita de tela y ojito al comprar. Que igual podemos comprar aquello en la frutería de la otra calle que lo vende a granel, o si definitivamente no se encuentra sin empaque, pues quizás, quién sabe, podamos pasar del todo. Llámenme loco, pero igual una “vida sin tomates cherry“, no sea, después de todo, tan insoportable. Todo esto, claro, si lo que queremos es sumarnos a la moda de la abominación sintética y quitarnos la mala conciencia… Si en cambio, el padecimiento por la Madre Tierra es genuino, es hora de celebrar, pues parece que tenemos bastantes más opciones. Entre las que apuntan los expertos como más efectivas y por nombrar sólo dos, consumir producto local o no volar. Me da a mí, sin embargo, que en lo muy breve no estaremos firmando muchas peticiones a favor de la prohibición definitiva del kiwi aquí en las antípodas o de un límite por persona de los kilómetros que podemos hacer en avión, digamos, al año. 


Y por ello, gracias, ¡eh! ¡De verdad! ¡No mola!… Y es que no mola y funcionaría muy mal. Ningún estado, ni ninguna ley puede (ni debe) prohibir todo lo que no nos gusta, ni tan siquiera todo lo comprobadamente malo. Un poco porque en el camino se cargaría buena parte nuestra libertad, claro, pero también porque aquello sería interminable, eterno y aburrido de más. Si nos vamos a poner a esperar que los gobiernos nos escondan todos los chuches porque nosotros solitos no nos podemos contener… ¡apaga y vámonos!


Definitivamente tendríamos que salir corriendo de un país cuyos ciudadanos esperan por el gobierno para actuar sobre lo urgente, prohibiéndolo o admitiéndolo, pues funciona igual en ambos sentidos. Afortunadamente, no es así, en ningún caso ni latitud. Imaginen si los enamorados del mismo sexo no se hubiesen juntado jamás hasta que, o ahí donde, no se aprobase la ley sobre el matrimonio gay. Imaginen que nadie hubiese dicho la palabra "gay" hasta que la RAE admitió el anglicismo. Antinatural, un sinsentido y en realidad precisamente al revés. Los gobiernos y la RAE, sólo pueden recoger y reglar lo que efectivamente ya existe o sucede de forma bastante extendida en la realidad. Difícilmente la RAE podría incluir en el diccionario o reglar el uso de una palabra que nadie usa o que usan dos. La función de estos señores no es la de inventar palabras ni prever las situaciones que las requerirán y me temo que tres cuartos de lo mismo sucede con los gobiernos. Ningún congreso se hubiese dado a la tarea de discutir, por continuar con el ejemplo, la aprobación del matrimonio homosexual sino hubiese existido previamente un colectivo bastante nutrido de personas del mismo género efectivamente unidas que reclamaban, sin embargo, derechos y responsabilidades sobre esta unión. Y la cuestión funciona así también en otros ámbitos. Son los empresarios en los diferentes sectores, pero también las escuelas y las comunidades, las que “asimilan” primero a los inmigrantes recién (o no tan recién) llegados. Tras años de irregularidad y ante una realidad paralela de facto, al estado no le queda otra que normalizarlos (y para ello se ve obligado a legislar) pero siempre luego o una vez que la sociedad lo haya hecho. Podríamos seguir por aquí infinitamente, pero me interesa más regresar. ¿Por qué habría de ser diferente con el consumo de plástico?


La gente dice que si en Lidl esto y que si en Lidl aquello. Y es verdad… ¡qué guay! Me pregunto, sin embargo, si fue Lidl el que enseñó a los alemanes a consumir menos plástico o fue al revés... Yo diría, que la multinacional dejó de ofrecer las bolsas plásticas desechables pues (según cifras de la propia empresa) un 90% de sus clientes, de igual forma, ya no las consumía. Y yo me lo creo. A finales de los 90´s, cuando en Venezuela aún se estaban haciendo campañas para que la gente tirase la basura, cuándo y cómo le diese la gana, pero apenas dentro de los containers, desde nuestro paraíso salvaje y tropical viajamos a Núremberg para visitar a unos amigos que recomendaron nos alojásemos en casa de una vecina majísima que tenía una especie de apartamentito proto-airbnb que alquilaba para estancias cortas. Una vez ahí, resultó obvio que a la señora le importaba más bien poco cómo nos íbamos a acomodar entre las camas y los sofás, o si íbamos a fumar y dónde. Sin embargo, no tuvo reparo en emplear media hora de su germano tiempo en explicarnos en un perfecto inglés, dónde debían ir cada uno de los deshechos que seguramente produciríamos durante nuestra estancia, según su tipo. Puso muchos ejemplos y los escenificó. Nosotros la mirábamos como la versión extraterrestre, enajenada y mujer del Eco-Loco
(1). No se podía entender un amor tan desmedido, tanto cuidado y tiempo invertido en la vil basura. De eso hacen ya casi 20 años. Permítanme entonces que dude del talante pedagógico, del “vertiginoso riesgo” o "la innovación" que supuso tal medida para una empresa como Lidl ya puestos en el 2018. Sin restarle valor, lo de Lidl fue menos apuesta que una estrategia muy segura, y prácticamente comprobada de logística y de ahorro. Más que prueba de un compromiso ecológico social fue la simple retirada del mercado de un producto marginal que ya, de todos modos, nadie consumía. ¿Que esto coincide con la nueva conciencia medio ambiental y la nueva matriz de opinión? ¡Pues sí!¡Y bravo! Bravo, porque los hay, y muchos aún, que no se han apuntado. Pero no los confundamos por esto con el motor o el agente de cambio. Los pioneros se parecen más a la abuela de Núremberg. Los auténticos motores del cambio suelen parecerse más a Ud., a mi, y a los que nos educan, que al encorbatado CEO de una gran corporación, por más que esta corporación alemana en concreto cuente con mi simpatía. 

No sé por qué me bajé del tren con unas ganas locas de hacer algo muy germano y tres pintas más tarde... que miro el móvil y veo un mensaje…

—No llegues tarde. ¡No tomes! ¡Quédate en el sofá!

Así, en la misma línea y casi en la misma oración. ¿En qué quedamos? ¿Para cuándo piensa dejar el gobierno el toque de queda para los maridos cuando está comprobadísimo desde hace décadas que no hacemos nada bueno en la calle a partir de cierta hora?

La señal al lado de la vía que pone 50 y el velocímetro y el motor que ofrecen 5 veces más ¿no tendríamos que tener una ley que regulase la velocidad de los coches de fábrica? Yo creo que no.


Me voy rapidito, pero andando, porque me apetece un piti… Aquí, donde sí que se puede fumar, sin embargo, nadie te dice dónde lanzar la colilla…

Muy fuerte!

(1)Eco Loco:El Ecoloco, también conocido como el Loco Ecoloco o el Destructor siniestro, es un personaje del universo de Odisea Burbújas cuyo nombre real es Rododendro Alpuche, nació el 7 de noviembre de 1950, en San Cirindango de los Baches, Municipio El Terregal.

Se dedicó a la expansión de la Mugre, basura y esmog, se desplaza en un tambo con una sombrilla, llamada El mugremóvil, es enemigo acérrimo de A.G. Memelosky.

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